La Filosofía Secreta de Homero Simpson



El incombustible Homero es el padre de familia más desprolijo que se haya visto en la pantalla chica. En su particular manera de pensar y actuar se resume buena parte del pensamiento neoliberal occidental. Sepa aquí porqué.







Los Simpson son un fenómeno cultural, qué duda cabe. Veinte temporadas al aire, una película, toneladas de marketing, productos y subproductos creados para satisfacer la gula  desaforada de los fans más acérrimos. 
Por lo demás, Homero Simpson se ha situado como una de las personalidades más influyentes del mundo occidental, desplazando en importancia y significación a personajes del mundo político, eclesiástico o monárquico, por muy caricaturesco que ello parezca. Y es que la familia más querida de Estados Unidos ha sabido mantenerse vigente, ir adaptando las transformaciones de la sociedad occidental reciente, incorporar nuevas y más osadas temáticas como la homosexualidad, la eutanasia, la política interior y exterior norteamericana, el terrorismo y la religión, haciendo de cada escena y cada diálogo no solo una explosión de hilaridad, sino también un mundo de infra textos, un festín para observadores más atentos cargado de ironía, critica y, por qué no, posmoderno existencialismo. Eso si, a diferencia de otras series similares surgidas con el afán de ir “más allá” en lo sarcástico, como “Padre de Familia”, “American dad” o “South Park”, Los Simpson se mantienen fieles a su sensibilidad y estilo original, lejos de la vulgaridad y lo gratuitamente ofensivo.

Visto está entonces que la serie creada casi circunstancialmente por Matt Groening tiene razones de sobra para gozar de buena salud, aún cuando sus recientes temporadas resientan un poco el prolongado trajín de tantos cientos de capítulos, haciendo que cada entrega deba esforzarse casi sobrehumanamente para mostrar algo original sin caer en el auto plagio o la autocomplacencia, ambos males tan habituales en las artes y el entretenimiento de nuestros días.

El presente artículo sin embargo, tiene por objeto ir un poco más allá en el análisis simpsoniano corriente e indagar en un plano ligeramente relegado: la significación social, cultural y filosófica de Homero Simpson, personaje que encarna a la perfección el sentido primigenio de toda la serie, además de su “todo abarcadora” concepción de mundo. ¿Qué trasfondos hay en las histéricas historias del papá Simpson? Veamos algo de eso a continuación, en la primera parte de un artículo que en números venideros de elKeltehue profundizará en el ya mítico personaje y en otros pintorescos conciudadanos de  su amarillo universo.

Homero nihilista y ciudadano: la contradicción total

Dijo Sócrates: “Cásate: si por casualidad das con una buena mujer, serás feliz; si no, te volverás filósofo”. Nuestro Homero amarillo, más famoso que el Homero heroico de la Grecia clásica, dio con esa buena mujer, mas contraviniendo  la máxima socrática, igualmente se hizo filósofo. ¿Dos cargas        demasiado pesadas para un empleado de la clase media    nuclear? ¡Que va, si Homero hace todo a medias!

Paradójicamente, el padre de familia Simpson es un personaje cuya simplicidad casi rudimentaria oculta una profunda y  enmarañada visión del mundo, las cosas y los valores que le rodean, siendo así el más filosófico de los habitantes de Springfield. Su aceptación de los valores imperantes es sólo supuesta, hasta diríamos funcional. No es religioso, pero   nunca falta a misa; no gusta del trabajo, pero lleva años de carrera funcionaria; no es un buen marido, pero nunca ha sido infiel. Es Homero pues, una contradicción ambulante en constante conflicto entre lo que quisiera ser (esto es, un aún más nihilista gozador de la vida), lo que debería ser (un padre, esposo, empleado y ciudadano adecuado) y lo que finalmente es (un punto intermedio entre lo grotesco y lo genial).  Y todo ello sistemáticamente expuesto a divagaciones existenciales aparentemente vulgares y simplonas, pero poseedoras de connotaciones y subtextos de gran carga incluso ideológica. ¿Es Homero demócrata, republicano o comunista? ¿Es un gozador desatado de la vida o un torturado empleado de poca monta cuyo nombre es ignorado por el jefe? ¿Es un cristiano devoto o un “anarquista espiritual” casi ateo? Con Homero nunca se sabe.



Homero y su estética



Desde un punto de vista físico, Homero representa al biotipo generalizado del “mirador de televisión estándar”, en completa desconexión con su sentido estético y de la moda: panzón, pelón, mal afeitado, de silueta amorfa y desproporcionada, mas un vestir uniforme e invariable siempre igualmente inexpresivo (camisa sport blanca y pantalones azules ordinarios). Además hay en él una desprolijidad creciente manifestada en esa eterna barba de un día y su tendencia a convertir una panza prominente en un serio problema de obesidad. Y como no, si buena parte del día Homero está sentado (en el trabajo, en el sofá de la casa, en el auto) en un sedentarismo que lejos de incomodarle le agrada, hasta el punto de buscarlo.



Homero, el vicio y la virtud.



Desde una perspectiva aristotélica -dice el filósofo William Irwin- Homero refleja notable y patéticamente la antítesis de la templanza, que es una de las virtudes humanas más preciadas. Su actuar es elemental y sus reflexiones rudimentarias, por ende sus actos casi siempre impulsivos, sin mayores fundamentos y supeditados por el vicio. A este propósito cabe recalcar que el vinculo “homérico” con el alcohol, la televisión y la comida siempre está rozando lo patológico, lo obsesivo y hasta lo desquiciado, en un juego peligroso que pone en jaque no sólo su mal querida integridad sino también la de sus seres más queridos.

Homero y la Familia

En cierto modo, Homero posee un rol de liderazgo familiar que no desea. Demasiadas responsabilidades para un sujeto que no puede siquiera cuidar de si mismo, dirán algunos, y algo de razón tendrán. Lo cierto es que Homero es un ser egoísta por naturaleza, un alentador del “homerocentrismo”, un sobreviviente de si mismo. De otro modo no podría explicarse una frase como la que sigue, lanzada al verse acorralado por unos aterradores extraterrestres: “¡Oh, Dios mío; criaturas del espacio! ¡No me coman, tengo esposa e hijos!; ¡cómanselos a ellos!“.

Homero y el Consumo



El jefe de familia Simpson es un consumista en la medida de lo posible. Un consumista muy influenciado por los medios, ciertamente. Sus compras no responden a reales necesidades –que las tiene y por montones– sino a impulsos infundados. Para Homero el acto de consumir es una respuesta a los dictámenes de la publicidad vial o un gesto agradecido a los spots televisivos. En el supermercado no compra comida sino salsas, especias y chucherías sin valor. La importancia la tiene no el dinero sino el consumo mismo, siendo ambos conceptos para Homero no necesariamente interdependientes. El dilema radica en que sus aspiraciones pasan por gastar dinero más que en ganarlo, con el consiguiente resultado: cheques rebotados, hipotecas varias, declaraciones de quiebra e interminables asesorías financieras. El desastre total lo evita Marge, de un sentido común inmensamente más desarrollado. Aún así, muchas veces Homero se sale con la suya. “Primero no querías que lo comprara, ahora quieres que lo devuelva, ¡A ver si te aclaras, Marge!”



Homero y Dios

Es uno de los primeros en estar los domingos en misa . Así mismo, es el primero en quedarse dormido mientras el reverendo  sermonea. Cree en Dios pero a su manera, como hace tanta gente actualmente. Sin embargo, si cree a su manera, ¿cuál es el sentido de asistir a una iglesia? Pues el sentido es la connotación social del templo como lugar de encuentro para gente bien y ya no un espacio para el encuentro espiritual. En Springfield –como en tantas otras partes– ir a la iglesia es un trámite, una actividad calendarizada y sin real sentido ideal para encontrarse con los vecinos, espiar las ropas y los autos de los otros, expiar algunas pocas culpas con una mísera limosna. Homero en su pseudo desquicio permanente varias veces se ha percatado de aquello, e incluso ha pretendido fundar un culto diferente sin templos, sin liturgias  y sin condenaciones de ningún tipo. Ojo con la frase homérica despachada tras componer una mala canción: “Cómo odio mi creación. ¡Ahora sé lo que siente Dios!”

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