¿Deja que los Perros Ladren? por Doctor Doolitle



Es usual ver a turistas de las más diversas nacionalidades fotografiando a nuestros canes, que coquetamente les mueven la cola para ganarse su simpatía. Lea aquí y sepa porque los perros son un peligro y no una anécdota






Pertenezco a aquella generación que alguna vez caminó. ¿Hacia dónde? Hacia todas partes. Hubo un tiempo  en que la posibilidad de ser transportado por un móvil de cuatro ruedas, incluso de dos, resultaba casi utópico en gran parte de Chile.



Hoy día el vértigo de la vida diaria, sumada al acceso al consumo que ha experimentado la mayor parte de la población hacen que actualmente, una actividad tan primaria como caminar, sea considerada casi un lujo. Se promueve el caminar como una actividad que fomenta la vida  sana, se crean máquinas de ejercicios para caminar y correr e incluso, hay gente, de cierto perfil, que paga para realizar “caminatas” específicas.



Sin embargo, yo me declaro simplemente un caminante aficionado, que de vez en vez se decide a practicar su afición. Es lo que planifiqué hacer con motivo de un viaje de trabajo que me impelió a tomar un bus local a las 07:15 hrs. hacia la ciudad de Punta Arenas.



En un intento por volver a mis raíces, dejé el auto guardado y decidí emprender esta aventura de caminar en una mañana esplendorosa por las calles de mi ciudad. Al salir fuera de la reja de mi casa tengo un primer encuentro con los canes que pululan por las calles y barrios de Puerto Natales. Se trata de un par de quiltros que alguien abandonó en un algún momento y no sé si son hermanos, madre e hija, ni siquiera estoy seguro del género. Aunque me ladran, finalmente me permiten salir de mi casa sin problemas. No me piden peaje, ni monedas. Tampoco me preguntan ¿Dulce o travesura?, pero al irme distanciando me ladran a lo lejos. Me rio sólo y en voz alta. Al fin y al cabo son sólo perros, dejémoslos ladrar.



Continúo mi camino y a menos de una cuadra dos perros de color  negro muy parecidos me ladran con alevosía y me obligan a cruzar hacia la vereda de enfrente. Lo hago casi mecánicamente. No quiero tener problemas e intento disfrutar de una mañana prometedora en lo climático. Superado este obstáculo, camino hacia mi destino  y observo a la distancia una jauría de perros. Deben ser una veintena de canes, entiendo de ambos sexos, probablemente en faenas reproductivas. Me inquieto pero sigo caminando con seguridad, “demostrando control de la situación” (“El encantador de perros”, capítulo 3). No lo logro y sigo el consejo de un digno representante felino y me digo: “Huyamos hacia la derecha”. Ahora los canes se han trenzado en una batalla campal y me invade cierto temor: “encantador de perros ¿Dónde estás?” Finalmente llego a mi destino, tomo el bus e inicio la redacción de esta reflexión. 

 ¡Qué triste es que el caminar se transforme hoy en Puerto Natales en una suerte de aventura extrema! Un verdadero slalom a través de las calles de mi ciudad eludiendo obstáculos vivos.

Hace unos días atrás un reconocido pedíatra y cirujano infantil de la región, así como el presidente regional del Colegio Médico, se han pronunciado categóricamente respecto a esta plaga que afecta a Magallanes y que es la proliferación de perros vagos (¿o utilizaremos otro eufemismo y diremos “perros en situación de calle”?). Como sea, estos profesionales -que algo sabrán del tema y que son los que día a día reciben en los centros asistenciales a niños y adultos mordidos por estos animales- señalan que se trata de una plaga y, por lo tanto debe tratarse como tal. Es decir, si la seguridad ciudadana está en juego, hay que optar por la eliminación de estas criaturas que ponen en riesgo la salud y la vida de todos nosotros. Hasta las sociedades antiguas, que tendemos a ver como más atrasadas y menos comprometidas con estos temas, establecían en sus leyes la necesidad de eliminar a aquellos animales que resultasen peligrosos para la vida e integridad de sus habitantes. Por ejemplo en la sociedad hebrea, incluso los mismos dueños de estos animales debían responder si ellos causaban algún tipo de daño a otro ser humano.


Somos muchos los que estamos cansados de escuchar, cada vez que se plantea la posibilidad de eliminar a estos animales peligrosos, a los eternos defensores de la vida animal y sus consabidas frases “pro-vida”. Tras cartón aparecen los representantes de diversos organismos públicos diciendo que se trata de un problema que tiene muchas aristas: “es un tema muy sensible para nuestra comunidad”,  “vamos a constituir una mesa de trabajo para abordar esta problemática”, “no se cuenta con los recursos necesarios para solucionar el problema” o “es una situación que no le compete a este organismo”, entre otras frases comunes.



Estimo que la opinión de los médicos, en este tema es la más acertada. En Magallanes los perros vagos son una plaga. Transmiten enfermedades, atacan la basura domiciliaria, provocan colisiones vehiculares y ponen  en peligro la integridad física de las personas, especialmente la de los más pequeños y la de los adultos mayores. Son ellos, los médicos, los que a diario lidian con estos accidentes, mordeduras, caídas provocadas por perros o ataques al rostro.



¿Quién se hace responsable del problema? Estamos claros que la primera responsabilidad es de aquellos que alguna vez fueron “amos” de estas criaturas, pero hoy nos encontramos con una situación dada.  ¿Hemos de esperar que una jauría ataque a un niño o a un adulto y acabe con su vida para proceder? ¿Quiénes serán en ese momento los primeros en exculparse? Sin embargo, ahí ya será tarde y nuevamente comenzaremos a actuar sobre hechos consumados, rasgando vestiduras y proponiendo medidas anacrónicas.



El momento de actuar es ahora. No me interesa como ciudadano a quien le compete o a quién no,  pues en definitiva es deber del Estado y de los organismos que lo conforman -aún a quienes se ha elegido para representar a las mayorías- velar por el bien común y resguardar la seguridad de sus ciudadanos.


Ya me encuentro en Punta Arenas, cruzo la Plaza de Armas Benjamín Muñoz Gamero y ahí están también dándonos la bienvenida, corriendo libres y cuidando su territorio.








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